A medida que los estudiantes regresan a clases en Colombia, una preocupación persiste –y crece– en los pasillos escolares: el acoso. Aunque no es un fenómeno nuevo, los reportes de bullying han aumentado en frecuencia e intensidad en la última década, sobre todo con la normalización de la violencia verbal y el acoso digital entre pares.
Según cifras del Ministerio de Educación, en 2023 se reportaron más de 11.000 casos de acoso escolar en el país. Sin embargo, expertos en salud mental advierten que el subregistro puede ser hasta cinco veces mayor. A nivel global, la UNESCO estima que uno de cada tres estudiantes ha sido víctima de bullying recientemente, lo que convierte al fenómeno en una amenaza silenciosa para el bienestar infantil.
¿La consecuencia? Afectaciones que van mucho más allá del aula: disminución del rendimiento académico, aumento del ausentismo, ansiedad, depresión y, en casos extremos, ideación suicida. “Cuando se normaliza el acoso, se deteriora la confianza de los estudiantes, se erosiona el sentido de comunidad y se perpetúa una cultura de miedo”, explica un informe de la OCDE sobre bienestar escolar.
Ahí es donde entra el trabajo preventivo. Aunque muchas instituciones aún se enfocan solo en reaccionar ante los casos, iniciativas como KiVa, un programa finlandés basado en evidencia científica y ya presente en 23 países, proponen un enfoque distinto: cortar el ciclo desde la raíz.
En Colombia, fue The English School el primero en implementar este modelo en 2017. Su lógica es sencilla pero profunda: para frenar el acoso no basta con sancionar al agresor; es necesario activar a los testigos, reforzar el rol del grupo y empoderar a quienes suelen callar. El programa incluye sesiones estructuradas, entrenamientos docentes y herramientas de seguimiento que se integran al día a día del colegio.
“Lo más potente de un enfoque como KiVa es que no se trata solo de apagar incendios, sino de cambiar la dinámica social que permite que el acoso ocurra. Cuando empoderamos a los testigos, transformamos la cultura del silencio en una de corresponsabilidad”, explica María Angélica Peña, vocera de The English School.
Más que una lista de tips, lo que promueve KiVa –y otras estrategias similares adoptadas por instituciones educativas en Bogotá, Medellín o Cali– es un cambio de cultura: desde cómo se intervienen las bromas «inofensivas» hasta cómo se da voz a quienes antes no se sentían escuchados.
En tiempos donde el tiempo frente a pantallas ha hecho que las agresiones traspasen los muros físicos de los colegios, los expertos coinciden en que el enfoque preventivo ya no es un lujo, sino una necesidad urgente. Apostarle a la convivencia escolar no solo reduce los incidentes de acoso: también mejora el clima institucional y, de paso, los resultados académicos.