A veces el futuro no llega envuelto en ciencia ficción ni en baterías de iones de litio. A veces aterriza colgado de un dirigible, como ese Opel Olympia de 1936 que cruzó el Atlántico rumbo a Sudamérica. Parece cuento, pero no. Fue real. Y ese tipo de gestos—medio locos, totalmente adelantados—han sido parte de la esencia Opel desde el principio.
Hoy, que celebran su cuarto aniversario de regreso a Colombia bajo la representación de Astara, la marca alemana desempolva recuerdos que, más que nostalgia, son prueba de visión. ¿Lo curioso? Muchos colombianos creen que Opel “llegó hace poquito”. Pero si miramos el retrovisor con algo de cariño, notamos que Opel siempre estuvo por ahí. A veces con disfraz—como Corsa, Astra o Zafira—y otras veces con nombre propio. Pero siempre con el sello alemán que combina eficiencia con carácter.
Desde el legendario Kadett hasta el electrificado Rocks-e, Opel ha sabido evolucionar sin perder lo esencial: crear vehículos que conectan con la gente. Y eso, hoy más que nunca, tiene valor.
Opel: del Kadett al Corsa, puro ADN alemán
Uno de los primeros en volverse ícono en Colombia fue el Kadett. Llegó a mediados de los años 60, cuando el país apenas empezaba a mirar más allá de los sedanes americanos. Compacto, ligero, confiable y con espíritu joven. Su motor de 993 cc con 40 caballos no hacía temblar cronómetros, pero sí enamoraba en carretera. Fue tan querido que se usó en rallys locales, y tan práctico que muchas familias lo adoptaron como primer carro.
Y luego vino el Manta. Ese sí era otra cosa. Elegante, deportivo, con silueta de pony car y nombre de mantarraya porque, según George Gallion, jefe de diseño de Opel en los 70, “los nombres de animales estaban de moda”. Lógico. En esa época todo era más visceral. El Manta no era un carro para cualquiera. Era para el que quería verse distinto sin necesidad de gritar.
Pero si hablamos de éxito popular, nada se le compara al Corsa. Ese sí fue un fenómeno nacional. A mediados de los 90, Opel—bajo otra marca—puso en las calles colombianas un hatchback ágil, rendidor y con alma premium a precio realista. Con su motor 1.6 L, era el carro de los universitarios, de las familias jóvenes, de los que querían tener su primer “carro alemán”. Hoy, casi 30 años después, todavía rueda en cada esquina. Y eso no es casualidad.
También está la Zafira, que en 2002 revolucionó lo que entendíamos por una camioneta familiar. ¿Siete puestos? Sí. ¿Sistema Flex7 para esconder la tercera fila? También. ¿Motor 2.0 L y rendimiento aerodinámico líder en su segmento? Claro que sí. Fue el vehículo ideal para familias que querían espacio sin sentirse en un bus escolar. Práctica y elegante. La definición de versatilidad alemana.
Tecnología, diseño y movilidad para hoy (y para mañana)
Opel regresó oficialmente a Colombia en 2021. Tras más de cinco décadas sin una operación directa, la marca reaparece con una jugada clara: consolidarse como una alternativa moderna, tecnológica y sostenible. ¿Cómo lo hace? Con modelos como el Mokka, el Crossland o el Grandland, que combinan diseño minimalista con sistemas avanzados de asistencia, conectividad de última generación y versiones electrificadas.
Y luego está el Rocks-e, un microcar eléctrico que parece un juguete de diseño industrial, pero con objetivos muy serios: movilidad urbana eficiente, sin emisiones, sin complicaciones. Ideal para quienes necesitan moverse fácil en ciudades cada vez más congestionadas.
“Opel siempre ha representado una visión del futuro tangible. Eso es lo que nos mueve”, explica Laura Restrepo, vocera de Astara en Colombia.
Hoy, con una cobertura nacional del 80% y presencia en más de 10 ciudades principales, Opel no solo está vendiendo carros. Está redefiniendo la relación entre movilidad y estilo de vida. Y lo hace sin prometer lo imposible. No hay promesas vacías de autonomía infinita o conducción autónoma total. Hay soluciones prácticas, bien pensadas y con la solidez que uno espera de una marca con más de 160 años de historia.
El rayo sigue encendido
En un mundo donde todas las marcas compiten por quién se ve más futurista, Opel parece haber entendido algo fundamental: no se trata de parecer del futuro, sino de construirlo con coherencia. Por eso, su propuesta de valor no es gritar que son diferentes, sino demostrarlo en cada modelo. Tecnología útil. Diseño limpio. Ingeniería que no falla.
Quizás eso explique por qué Opel conecta tan bien con el consumidor colombiano informado, ese que no se deja llevar solo por pantallas curvas o slogans en inglés. Porque Opel no vende promesas, sino experiencias. Lo ha hecho desde el Olympia, lo reafirmó con el Corsa, y lo está replicando ahora con sus nuevos eléctricos e híbridos.
Así que la próxima vez que veas un Mokka pasando discreto pero con presencia, o un Combo eléctrico repartiendo pedidos sin una gota de gasolina, acuérdate de algo: ese rayo en el capó no es solo un logo. Es una historia que viene cargada.
Y sí, todavía tiene mucho voltaje.